BOLIVIA, CHILE Y
PERU
César
Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE
N° 513, 30OCT20
G |
eorge Forsyth, que es un figurón de los Muppets, sigue primero, aunque
empieza a perder aire.
¿Debería importarme? Los
extras de los estudios Churubusco pueblan planchas y salivan de codicia ante la
inminencia de las campañas electorales. La segundilla está de fiesta. Los NN,
los aspirantes a XX, los fantasmas de la opereta candidatean y se empujan en
las antesalas a ver si RPP les da un ratito, un polvo de gallo, unos segundos
antes de la pausa comercial.
Renuncia Amado Enco y la
prensilla hace un escándalo. ¿Quién es Enco? Es un invento de titulares que
también quiere su presa en el Festival de La Nimiedad.
Vizcarra masacra el
idioma, lo chavetea y lo fusila para explicar lo que, al final, apenas se
entiende. Dice, en suma, que debemos tener cuidado en las fiestas próximas.
¿Para eso habla un
presidente?
Y la televisión sigue
viviendo de la basura, los reflejos condicionados, la baba de Pavlov, del
crimen como propuesta de entretenimiento. El Perú es como una película de Aldo
Miyashiro interpretada por una bataclana, un aquelarre presidido por Martha
Chávez, una fiesta caleta en la pandemia.
Entonces, huyo.
No puedo más. Necesito
respirar, volver a vivir, sentirme nuevamente humano.
Pienso: los periodistas
estamos condenados a vivir, como garrapatas, de la agenda del día. Y la
agenda del día nace en las comisarías, en los hoteluchos, en las mansiones del
club de la construcción, en los expedientes de los hermanitos. Son los
miserables de arriba y de abajo los que deciden qué nos debe preocupar, qué
leeremos, qué veremos en la tele pútrida. Somos cine negro.
Huyo. Me refugio en el
ámbito donde me siento bien. Reivindico el egoísmo salvador. Me atrinchero.
Escucho a la Callas, que
a veces me saca algunas lágrimas. Y leo, me salvo, renazco, me limpio.
No aspiro a nada cuando
leo. Me basta con ser lector. Me quedo feliz con la música de las palabras, la
sinfonía del sentido. Y leo muchas veces en voz alta porque la buena prosa se
recita como melopea. Releo a Miguel Hernández:
El
amor ascendía entre nosotros/ como la luna entre las dos palmeras/ que nunca se
abrazaron...
De pronto, entonces,
llegan las noticias de Bolivia. ¿De modo que nuestros hermanos menores, a
quienes miramos con habitual desdén, nos dieron una lección de decencia y
eligieron al candidato del MAS? ¿O sea que los bolivianos, hermanos del Alto
Perú que Bolívar desgajó de nuestra espesa jurisdicción, no se dejaron amedrentar
por la gran prensa y los agentes de la CIA residentes en Santa Cruz y eligieron
al sucesor de Evo Morales? ¡Qué notición! ¡Y qué manera de callar la de la
prensa peruana! ¡Cuánto miedo entre sus escribidores a tanto el media training!
Y cuando uno estaba
degustando todavía lo de Bolivia, saboreando la cuchipanda aimara, viene o lo
de Chile. ¡Apoteósico!
Resulta que lo que la
derecha chilena creyó inamovible como la cordillera, ha sido demolido en olor
de multitud. Honor a los valerosos chileños que se enfrentaron a “El Mercurio”
y a los pacos y lucharon por años hasta poder arrancarle a la derecha la llave
de la caja fuerte donde estaba el santo grial de la constitución.
El mito del inmovilismo
ha terminado. Así como Francisco Franco decía que lo de la continuidad era seguro
y que todo “estaba atado y bien atado”, del mismo modo la derecha chilena,
maldita desde 1973 por su ensañamiento, estaba segura de que el marco jurídico
de la dictadura era parte de la naturaleza. Pues bien, se acabó. Los chilenos
se ganaron el derecho de elegir una asamblea constituyente cuyo fin será
renombrar al país y sembrar lo que haya que sembrar y talar lo que haya que
talar. La educación, la salud y el régimen pensionario dejarán de ser latifundios
de los de siempre y conocerán nuevas definiciones y fórmulas. Chile vuelve a
vivir, a latir, a demostrar, a pura rabia y coraje, que ha dejado de ser el
zombi vitalicio mordido por el pinochetismo. Todo podía admitir la derecha
chilena, excepto que la constitución de su líder fuese tocada. Podían asentir
cuando uno las decía, con pruebas bancarias y judiciales en la mano, que
Pinochet, aparte de asesino, fue un ladrón. Podían mostrarse arrepentidos
cuando se les hablaba de los excesos depravados de mi general Contreras, chupe
de Pinochet y especialista en picanas y desapariciones. Pero, eso sí, decían
de lo más pelucones: nos dejó la Constitución -así, con mayúsculas- que ha
permitido este milagro.
Pero en octubre no hay
milagros. Y los chilenos se hartaron de que les dijeran que la desigualdad era
una ley de dios, que la educación era un privilegio destinado a unos cuantos,
que los sueldos debían ser la parte del ratón en el reparto. Estaban hartos de
que la derecha, que había aplaudido los crímenes de la dictadura y la impunidad
de su comandante en jefe, se considerara albacea de un legado inapelable y
emputeciera las palabras hasta hacer irrespirable el país.
Exactamente como aquí,
en el Perú. Con la diferencia de que nuestro país sigue sometido al secuestro
moral del fujimorismo y su descendencia (la oficial y la supernumeraria). Los
chilenos han puesto en su sitio a “El Mercurio” y a sus allegados y han votado
por un nuevo futuro. Los peruanos -muchos de ellos- siguen creyendo que “El
Comercio” defiende los intereses permanentes del país.
Leí el editorial que “El
Comercio” publicó en relación al triunfo popular chileno y no pude dejar de
sentir una felicidad extrema. El diario del accionista Pepe Graña, la caverna
donde lo más reaccionario de la sociedad ensaya sus palabreos, anuncia para
Chile las peores catástrofes y los cauces más peligrosos. Que los chilenos se
enteren: “El Comercio”, de Lima, condena el rotundo triunfo del “apruebo”. ¿Les
importará que esta versión rímense de “El Mercurio” clame al cielo porque la
mayoría ha decidido lanzar por la borda la constitución del tirano?
El terror de “El
Comercio” es que el ejemplo cunda. Chile estaba bien cuando era el ejemplo del
“neoliberalismo exitoso” que Pinochet impuso a sangre y fuego y Friedman
apadrinó con visitas y consejos. Ahora Chile es un mal ejemplo, un vecino
descarriado, un nuevo réprobo. Igual que Bolivia, que ha vuelto a las andadas.
Y “El Comercio”, que respaldó al fujimorismo toda una década, apuesta por la
eternidad de la constitución que los tanques sostuvieron en 1993.
Pobre mi país, en manos
de bandidos que en vez de gritar, sencillamente, arriba las manos o la bolsa o
la vida, dicen patria, moderación, orden, sensatez y destino común. Y cantan
el himno mientras afilan sus pasquines y sus televisiones para hacerle creer a
la gente que el mundo ter mina en la Dinincri y, como diría Neruda, que en alguna
parte del cielo todos somos iguales. ▒▒